No importa como sea, lo importante es celebrar este momento.

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miércoles, 24 de junio de 2015

Los platos


Porque los cuentos también son realidad, pero más divertidos
Jesús Alexander Zúñiga Santos

Los Platos

Fabián García Gómez 

Para Mili, por todo.

Eduardo escuchó el timbre del teléfono y se levantó de la cama. La llamada era menos que insignificante, sin embargo, le llamaron a la media noche y esto no debía pasar desapercibido. El hecho representó una dosis de energía, una recarga de vitalidad que no dudaría en tomarla aunque se igualara al remedo de una lata de cerveza vacía.
            Al amanecer bajó a la cocina, se sirvió un poco de cereal en un traste de mal aspecto y agregó leche a su desayuno: las hojuelas de maíz naufragaban en un mar espeso y blanco. Por momentos su mente se perdía o intentaba perderse: jugaba a no recordar la llamada. Al menor atisbo de memoria, agitaba la mano derecha, con la cual sostenía la cuchara, espantando a las moscas que sobrevolaban el círculo de tazas y platos sucios. Las moscas giraban alrededor del brazo de Eduardo, burlándose de su estupidez y de su gracia al mover sus extremidades. No hacía más que alimentarlas, regando en cada movimiento restos del almuerzo sobre la mesa.
            Terminada la ceremonia de masticar y tragar, se acomodó la bata de dormir ajustándola a su cintura sin moverse de la silla. Retiró el tazón vacío donde antes hubo cereal y leche, acercándolo a los demás enseres de la cocina que se hallaban en el comedor. Su mente se ocupaba de otros asuntos que esquivaban la llamada. En breves segundos estudió los movimientos del día anterior: amanecer, ducharse, trabajar y llegar a casa. Pero Eduardo no podía sostener ese ritmo de acontecimientos, no así. Entonces los reprodujo de este modo: amanecer, ducharse, trabajar y llegar a casa. Sí, son los mismos pasos, la misma rutina, sin embargo para él significaba haberse olvidado de la llamada. Desde luego amanecer equivalía a su retrato fisiológico y lo demás, como en una pintura cubista, pasaban a ser líneas, todas, paralelas.
            Sentado esperó a que el reloj diera las nueve de la mañana, a esa hora tendría que haberse preparado para ir al trabajo. Esta vez no lo hizo. Esperó un poco más. Un instante después, el fantasma del timbre que sonó a media noche trajo de nueva cuenta el temblor que provocó levantar el auricular y responder a su interlocutor. Ese fantasma, el sonido agudo y titilante oscureció el día mas no su dicha: le habían llamado y no dudaba en creerlo como algo verdadero. “Un sueño no es”, repetía en su monologo interior. “No, no un sueño”. Habló consigo mismo. El trabajo no valía la pena, ni amanecer ni las nubes que amenazaban con lluvia. Lo que importaba, realmente, era la llamada, el timbre, el silencio al otro lado del teléfono: ¡le había llamado! Eduardo comenzó a lavar los platos.

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