No importa como sea, lo importante es celebrar este momento.

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martes, 15 de octubre de 2013

Cuento "Charlie Renuncia"

Charlie renuncia

Charlie va por un café.
            —¡Qué hay Charlie!
Antes de responder al saludo observa su reloj —son las quince menos veinte—, después suelta su acostumbrado “Estoy bien”.
            —Estoy bien.
            —¿Qué tal el asunto del Jefe, eh?
            No quiere hablar. No le importa el “asunto” del Jefe. Decide beberse el café de un sólo trago. Le quema la garganta. Siente su lengua como pasto sintético de un campo de fútbol. Sin embargo, su interlocutor parece no darse cuenta de que a Charlie poco le interesan los problemas extramaritales del director. Incluso desprecia su empleo y el de todos los demás.
            —Anda, Charlie. Bebe tranquilo… ¿sabes? Me han contado que Luisa quedó embarazada. ¿No te parece gracioso?
            Sinceramente no tiene nada de gracioso que una mujer resulte embarazada luego de una aventura, pensó Charlie. Sólo pensó y guardó silencio. Quiso darse la vuelta y regresar por donde vino, de ese laberinto de oficinas y abogados, mas no pudo. El tipo con quien no deseaba charlar le detuvo.
            —Mira que dárselas de Don Juan y ahora metido en un lío… El Jefe está en un verdadero apuro. Sabes le he conocido a varias mujeres. Algunas de ellas se las he presentado y nos hemos divertido de maravilla. Luisa seguramente fue un desliz, tú sabes, no es del todo una “mujer decente”, tal vez quiera atraparlo.
            ¿Qué  hacer con un cretino? Repuso Charlie, para sí. También sintió un ahogo en el pecho. Luisa, ciertamente, no era una mujer honorable pero le tenía aprecio. Cariño más allá de la amistad, quizás. No lo sabe. Realmente no sabe nada. Trabaja en un despacho de gánsteres, como él dice, como todos dicen, y no ha podido abandonarlo. Lo ha intentado. En junio del año pasado escribió su renuncia y la presentó ante el líder de la mafia, el Jefe. Éste leyó la carta donde Charlie explicaba los motivos que le llevaron a tomar tal decisión. Movía los labios al leer; decía, Ajá… Ajá… Sí. “Leeré con más atención tu carta”, terminó diciéndole. Él sabía que no la volvería a leer. Intentó disuadirlo para que aceptara su renuncia; dijo, “Jefe, usted sabe… necesito cambiar de ritmo”. Sabía que no eran las palabras adecuadas, que no lograría abrirse paso con frases como: “necesito cambiar de ritmo”. Al salir de la oficina del director dio unos pasos hacia el escritorio donde trabaja Luisa, sonrió frente a ella y se retiró a su oficina. Al cruzar el umbral de la puerta se interrogó pensando si el gesto de sonrisa había sido el correcto. Refunfuñó al notar que actuaba como un imbécil.
            —No ha de serlo —dice Charlie—. Mira que meterse con el Jefe.
            Inmediatamente la culpa lo asedia. No eran esas sus palabras. O no en ese tono, no con esa semántica. Pensaba decir: “Qué asco debió sentir Luisa”
            —Claro. Claro que no es una mujer decente —dijo su interlocutor, dándole unas palmadas en el hombro.
            ¡Eso es!, comprendió. Cayó en el juego del abogado más lambiscón de todo el bufete. Cuando era él quien debía sentirse libre de cualquier complicidad de rumores, ahora le asaltan como sedientos en una tina de agua. En su cabeza escucha: “La secretaría de Isaías abortó un hijo suyo”, “Bermúdez tiene un amante joven”, “Luisa es una puta”. Siente que va a explotar. Esto no debe estar pasando, dice. Toma aire, inhala, exhala. Piensa. Coloca su mano sobre la mesa donde se halla la cafetera. Resuelve volver a su trabajo.
            Al lado de su oficina se encuentra la de Luisa. La observa. No como otras veces la ha mirado, sino diferente. Se entrecruzan las miradas, el vidrio que los separa es transparente y a no ser por unas letras que identifican el sitio de uno y de otro, podrían verse completamente. Charlie sonríe. Luisa sonríe igualmente. ¿Qué pensará Luisa? Se pregunta. ¿Qué pensaré de mí después de haber dicho semejante barbaridad? ¿Ahora Luisa supondrá que soy yo quien inventa las patrañas? ¿Y si así fuera qué podría decir ella? No, estaría indignada, responde, dándole fin a todas sus cavilaciones.
            Al pensarlo por un momento Charlie ha decido compensar su comentario por un acto sin precedentes en su vida de burócrata. Escribe una carta, su segunda carta de renuncia. Esta vez agrega circunstancias que no pueden ser apeladas. Termina el documento y se dirige, apresuradamente, a la oficina del Jefe. Se saludan. Observa alrededor suyo y del director. Los libros están, como de costumbre, en el mismo lugar. Las flores sobre la repisa siguen siendo rosas y todo lo demás está impecable, con olor a objetos guardados.
            —Esta es la segunda vez que intentas renunciar, eh, Charlie.
            —Ahora son otros mis motivos.
            —Ya lo veo.
            —¿Ya lo ve?
            —Te felicito Charlie. No puedes ser mejor hombre que el que eres hoy.
            Le firman la carta de renuncia. Se despide del Jefe y éste se levanta con toda su enormidad de grasa fofa y le da un abrazo.
            —Anda, hijo, buena elección.
            Abre la puerta de la oficina, vuelve a la suya con el documento autorizado y firmado. Del otro lado del cristal Luisa redacta, con copia para el archivo, la renuncia de Charlie. Sabe que Luisa no es una puta. Ella gira el rostro hacia donde él la mira, aparta de sí el documento y sonríe.
                                                                      


                                                  Fabián García Gómez     
 (22/julio/2013)

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